Durante mi adolescencia fui (algo de eso queda todavía gracias a un tocayo) metalero. Es increíble ver en algunas décadas cómo surgen nuevas tribus urbanas con nombre nuevos o retomando viejos y agregando la palabra neo adelante.
Excepto la tribu metalera, el resto cambiaron. Hasta los punks cambiaron (¡punks eran los de antes!). Unas se extinguieron pasando sin pena ni gloria. Otras parecen haberse subdividido hasta desparecer y formar esto que se conoce como emos, floggers ,etc. Aparecieron los cumbiancha, los reguetoneros (¡puaj! y ¡puaj!¡puaj! respectivamente).
El metalero no. El metalero es el mismo. El metalero ese ese animal bestia lleno de nobleza y bondad, que no duda en bajarte el comedor si hablás mal de V8 o de Hermética (ponele). Sigue siendo un animal de costumbres de antaño, donde zepelin o sabat (lo escribo como yo quiero) forjaron la base para que hoy bandas como Megadeth suenen como suenan (o sonaban, antes estaban mejor).
El metalero es, en general, tolerante en cuanto a las agresiones (aunque nunca falta un boludo ¿Viste?), pero si te vestís de fucsia no esperes que no se cague de risa (o sea... ¿fuc-sia?).
En cuanto al aspecto; sucio, desprolijo e intimidatorio; es sólo el aspecto, ya que dentro de este ser que parece salido de una caverna y que te fuerza a cruzar la cuadra, se encuentra un boludón que disfruta jugar los domingos con sus sobrinitos. Así que lo de intimidatorio queda desmentido.
Hasta acá la descripción cientifico-desvariante del metalero porteño, mezcla de gaucho y guapo del novecientos. Y como dice el primeramente mencionado: Stei jevi.
Extraído del genial Buenos Aires Blog de un amigo.
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